En mi etapa de alumna de Escuela de Padres y después como animadora de grupos he aprendido entre otras cosas, escuchar y observar. Una de las cosas que más me han llamado la atención es la verborrea mental que nos invade cuando pertenecemos a un grupo e interactuamos unos con otros. Es como si tuviéramos la obligación o necesidad imperiosa de decir algo aunque no tengamos nada que decir.
Que fácil resulta opinar y que claro lo tenemos cuando se trata de generalizar. Nos volvemos repetitivos y pesados, contamos las mismas cosas una y otra vez, formulamos las mismas preguntas, damos las mismas respuestas de sobra sabidas y para el colmo nos comprometemos siempre con las mismas causas. Pero lo peor es que nos lo creemos. No nos detenemos después en analizar lo que hemos dicho.
Muchas veces utilizamos las palabras sin percibir su profundo significado. Simplemente las soltamos porque hace bonito, y las más hermosas palabras como pueden ser amor, amistad, compañerismo, ayuda, compromiso, son devaluadas y se frivolizan sin querer.
Todos estamos llenos de buenas intenciones a la hora de exponer ideas, dispuestos a mejorar, de ayudar de ser solidarios y por supuesto por encima de todo somos amigos y nos queremos como nadie.
Al expresarnos lo hacemos de buena fe, pero que pocas veces nos comprometen esas palabras y hacen que nos pongamos en marcha. Que difícil es ser consecuente y cuanto esfuerzo requiere.
Nos cuesta salir de nosotros mismos, de nuestro caparazón y darnos. Ese proteger con tanto esmero lo que en realidad llevamos dentro hace que seamos desconfiados, que no prudentes a la hora de exponer nuestras ideas.
Resulta sencillo utilizar lugares comunes, utopías y cuanto miedo a la hora de mostrar nuestro verdadero yo. Nos acobarda hablar desde nosotros mismos.
Tampoco escuchamos todo lo que deberíamos, estamos más atentos a soltar nuestro discurso, nos escuchamos y nos quedamos tan a gusto de lo bien que lo hemos hecho.
Que bien se nos da interpretar al otro, “Es que dijo esto, pero en realidad quiso decir esto otro” Y así se pone en marcha otra película que nada tiene que ver con lo dicho.
Nos convendría a de vez en cuando, por una parte consultar un diccionario para enterarnos del significado de cada palabra para que al decirla darle el valor que merece.
Por otro lado para no hablar por hablar podríamos aplicar tres sencillos principios:
Pensar antes de soltar lo primero que se nos ocurra, y hacerlo solo cuando tengamos algo que decir.
Utilizar la razón ciertamentamente es importante pero también poner algo del corazón lo es.
Y finalmente escuchar al otro sin interpretar, así no haría falta tanto parloteo inútil para al final no decir nada.
Difícil tarea ¿Eh?
¡Que si es difícil! lo unico que pasa que de eso nos damos cuenta cuando hemos refelxionado, hemos ido a cursos y hemos intentado mejorar la comunicación. Pero hay mucha gente que siempre cree tener la razón y no se molesta en comunicarse, sino en soltar la verborrea mental que tiene.
ResponderEliminarCuanta verdad encierra esta reflexión. Cuanto bla bla bla se oye sin contenido alguna.
ResponderEliminarUn saludo