Doña Matilde
tiene 76 años y una costumbre que desarma a cualquiera.
Cada mañana, antes de barrer la acera, coloca un cartel en la puerta de su casa. “No vende nada”. No pide ayuda. Solo escribe un mensaje nuevo. Uno de esos carteles decía:
“Si hoy te sientes triste, toca el timbre. No tengo solución, pero sí café.”
Otro decía: “Si tuviste un mal día, aquí hay
pan dulce y silencio. El silencio también cura.”
Al principio, nadie hacía caso. Pero con el
tiempo, empezaron a llegar. Un señor al que acaban de despedir. Una muchacha
sola en la ciudad. Un niño con miedo de volver al colegio. No hablaban mucho.
Se sentaban en una silla de plástico, tomaban un café, y seguían su camino. La
regla era simple: No hacía falta contar toda la vida. Solo saber que había
alguien al otro lado de la puerta.
Una vecina
le preguntó: —“¿Por qué hace esto, Doña Matilde?” Y ella respondió, sonriendo:
—“Porque no quiero que el barrio se vuelva un conjunto de puertas cerradas.
Antes la gente se buscaba. Ahora cada quien se encierra. Yo solo estoy
recordando que seguimos necesitando a alguien.”
La historia
se hizo viral cuando una joven le tomó una foto al cartel y la subió a redes.
Miles de personas comentaron: “No todos los héroes usan capa. Algunos ponen
café y sillas en la puerta.”
Hoy, cada
mañana, el barrio se detiene frente a la casa de Doña Matilde a ver qué dice el
cartel. A veces es un mensaje tierno. Otras veces, uno gracioso. Otras, un
simple:
“Si no tienes con quién comer, toca el timbre.
Aquí siempre hay una tortilla caliente.”
No todo el
mundo pasa. No todo el mundo se sienta. Pero todos saben que pueden hacerlo. Y
eso, en un mundo donde cada vez hay más distancia, es un acto de resistencia.
Doña Matilde siempre dice la misma frase cuando alguien se despide:
“Vuelve
cuando quieras. Aquí no se cura la tristeza, pero sí se acompaña.”
Me la envió un amigo por Wassap
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